jueves, 26 de noviembre de 2009

La salud de los enfermos.


LA SALUD DE LOS ENFERMOS
Julio Cortázar.

Cuando inesperadamente tía Clelia se sintió mal, en la familia hubo un momento de pánico y por varias horas nadie fue capaz de reaccionar y discutir un plan de acción, ni siquiera tío Roque que encontraba siempre la salida más atinada. A Carlos lo llamaron por teléfono a la oficina, Rosa y Pepe despidieron a los alumnos de piano y solfeo, y hasta tía Clelia se preocupó más por mamá que por ella misma. Estaba segura de que lo que sentía no era grave, pero a mamá no se le podían dar noticias inquietantes con su presión y su azúcar, de sobra sabían todos que el doctor Bonifaz había sido el primero en comprender y aprobar que le ocultaran a mamá lo de Alejandro. Si tía Clelia tenía que guardar cama era necesario encontrar alguna manera de que mamá no sospechara que estaba enferma, pero ya lo de Alejandro se había vuelto tan difícil y ahora se agregaba esto; la menor equivocación, y acabaría por saber la verdad. Aunque la casa era grande, había que tener en cuenta el oído tan afinado de mamá y su inquietante capacidad para adivinar dónde estaba cada uno. Pepa, que había llamado al doctor Bonifaz desde el teléfono de arriba, avisó a sus hermanos que el médico vendría lo antes posible y que dejaran entornada la puerta cancel para que entrase sin llamar. Mientras Rosa y tío Roque atendían a tía Clelia que había tenido dos desmayos y se quejaba de un insoportable dolor de cabeza, Carlos se quedó con mamá para contarle las novedades del conflicto diplomático con el Brasil y leerle las últimas noticias. Mamá estaba de buen humor esa tarde y no le dolía la cintura como casi siempre a la hora de la siesta. A todos les fue preguntando qué les pasaba que parecían tan nerviosos, y en la casa se habló de la baja presión y de los efectos nefastos de los mejoradores en el pan. A la hora del té vino tío Roque a charlar con mamá, y Carlos pudo darse un baño y quedarse a la espera del médico. Tía Clelia seguía mejor, pero le costaba moverse en la cama y ya casi no se interesaba por lo que tanto la había preocupado al salir del primer vahído. Pepa y Rosa se turnaron junto a ella, ofreciéndole té y agua sin que les contestara; la casa se apaciguó con el atardecer y los hermanos se dijeron que tal vez lo de tía Clelia no era grave, y que a la tarde siguiente volvería a entrar en el dormitorio de mamá como si no le hubiese pasado nada.

Ninguna eternidad como la mía.


NINGUNA ETERNIDAD COMO LA MÍA.
Ángeles Mastretta.

Capítulo 1

Isabel Arango creció intensa y desatada como el olor del café. Había nacido un catorce de marzo, cerca de la estación de trenes de un puerto azul al que desembocaba el inmenso río Papaloapan. La mañana de ese día su madre sintió llegar, junto con los avisos del parto, la primera lluvia de unas nubes que trajeron a la zona el ciclón más fiero que pudo caber en la memoria de aquel pueblo. Llamado de urgencia, su padre caminó bajo el agua las tres calles que separaban su casa de la tienda de mercancías varias en la que se ganaba la vida.
Empapado y febril cruzó el patio y alcanzó la escalera para correr hasta al cuarto en que su mujer paría sin alardes a uno más de sus vástagos. Habían tenido cuatro varones durante los pasados cinco años, la niña llegó por fin haciendo más ruido que ninguno de sus hermanos.
Mientras abría los ojos al mundo de agua que todo lo rodeaba, en la estación del ferrocarril el viento arrancó los techos que cubrían a los viajeros en espera de un tren cuyos vagones quedaron volcados fuera de las vías. Un ruido de diablos caído del cielo estremeció el crepúsculo y no dejó de llover en tres semanas.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Siete sonetos medicinales


Siete sonetos medicinales / 1907

Almafuerte (Seud. de Pedro Bonifacio Palacios) (1854-1917)



¡Avanti!

(Para Don Félix J. Tettamanti)


Si te postran diez veces te levantas

Otras diez, otras cien, otras quinientas...

No han de ser tus caídas tan violentas

Ni tampoco, por ley, han de ser tantas.


Con el hambre genial con que las plantas

Asimilan el humus avarientas,

Deglutiendo el rencor de las afrentas

Se formaron los santos y las santas.


Obsesión casi asnal, para ser fuerte,

Nada más necesita la criatura,

Y en cualquier infeliz se me figura

Que se rompen las garras de la suerte...


¡Todos los incurables tienen cura

Cinco segundos antes de la muerte!


sábado, 21 de noviembre de 2009

Vidas ejemplares.



Vidas ejemplares - Roberto Fontanarrosa


En las ocasiones en que alguien me detiene por la calle para preguntarme, quién es, para mí, un ejemplo de vocación, mi respuesta no presenta ningún tipo de duda ni titubeo: “Hilario Bordenabe”, digo. Y no son pocas las veces en que esto me sucede. No sé si será porque mi apariencia física transmite una cierta imagen receptiva a tales preguntas o bien que mi forma de caminar induce a la resolución de ciertos cuestionamientos, pero lo cierto es que, por cuadra, nunca son menos de dos o tres personas las que se me acercan con tal requisitoria: "¿Quién es, para usted, un ejemplo de vocación?" Y no sólo de vocación, diría yo, sino también de tenacidad, de enjundia, de humana curiosidad, pues todas ellas eran condiciones que orlaban la figura de Bordenabe.
Lo conocí mucho y no creo que mereciera el final que lo aguardaba, cual mordaz bofetada del destino ni, mucho menos aquellas habladurías que circularon en determinados ámbitos con respecto a la pura relación que nos uniese.
Las primeras épocas de nuestra amistad datan de aquel primer año de Medicina. Yo había llegado de Coronel Bogado, un pequeño pueblo cercano a Rosario, y poca atención presté a aquel hombrón alto e inarmónico que transitaba por los pasillos de la facultad ante la mirada curiosa de todos.
—Sufrí un golpe muy grande cuando murió mi madre —fue la primera frase que me dijo, tal vez a modo de respuesta, cuando yo le pedí que me alcanzase el servilletero, en el bar que los estudiantes frecuentábamos. Allí comprendí que Hilario era una persona de conducta directa, que no tomaba inútiles rodeos cuando se proponía alcanzar algo. Y así como yo me había propuesto alcanzar el servilletero, él se había propuesto ser mi amigo.

La degradación de Utte Rummenigge



La degradación de Utte Rummenigge - Roberto Fontanarrosa


Hamburgo, 1937. Un coche negro y pesado, bruñido como un escarabajo se desplaza en la noche por la zona portuaria. Llovizna. Al volante de la limousine se halla un chofer de aspecto severo e impecable librea. En el asiento de atrás va una dama. Es una mujer de increíble belleza pese a que ya no es joven. Puede tener unos cuarenta años, pero su rostro oval no registra mayores huellas del paso del tiempo. Un rictus amargo crispa sus labios carmesí. Sus ojos, sus profundos y hermosos ojos grises atisban inquietos por entre los visillos que ocultan el interior del coche a la vista de los transeúntes. Parece una vana medida de discreción, sin embargo. A esa hora de la noche, casi la una de la fría madrugada, no se ve a nadie por las callejuelas del puerto. Cada tanto, la dama debe apelar al pañuelo de fina seda que oprimen con angustia sus manos para enjugar el llanto. Llora. Llora bastante. No por eso deja de espiar al exterior, inquieta. ¿Quién es ella? ¿Qué buscan en el misterio de la noche sus bellos ojos?

La dama no es otra que Utte Rummenigge, esposa del científico Harold Schiller, respetado y famoso hombre de ciencia abocado, sin pausa ni descanso desde hace ya muchos años, al perfeccionamiento del gas de mostaza, el mortal veneno que había diezmado las trincheras en la primera guerra. Otra conflagración a nivel ecuménico puede estallar en cualquier momento. ¿Qué enigmático anhelo impulsa a Utte Rummenigge en esa loca búsqueda por el puerto de Hamburgo? Enfundada en su mórbido tapado de piel, la mujer no parece conocer el sosiego. De pronto, sus ojos detectan algo, habla brevemente a su chofer, éste detiene la lenta marcha del coche pero, de inmediato, recibe la orden de continuar.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Lunes por REP

La calle de los sueños perdidos.



LA CALLE DE LOS SUEÑOS PERDIDOS
Enrique Gonzalez Tuñón


“Dios creó al hombre para que fuera feliz”
Tolstoi

Un hombre ha perdido un sueño y no lo puede encontrar. Muchos seres perdieron un sueño.
¿Cuántos siguen el rastro del sueño perdido?
Un sueño puede perderse de día o de noche, a la hora indecisa de la madrugada, en la calle, en la casa, en un hotel, en una plaza, en un vagón de ferrocarril, en un barco. En cualquier lugar puede perderse un sueño como se pierde una llave.
¿Ha encontrado usted alguna vez una llave en la calle?
¿Ha encontrado un sueño perdido?
(¿De qué le vale una llave, un sueño, si no es su llave, su sueño?)
El mundo está lleno de sueños perdidos.
El honrado chofer devolvió la valija olvidada en su coche de alquiler. El honrado transeúnte devolvió la cartera repleta de billetes.
Nadie, que yo sepa, ha devuelto un sueño.
Nadie.
Y los sueños se pierden, de la noche a la mañana, como cualquier objeto. Se pierden y se encuentran.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Alejandro Dolina




De: Crónicas del Ángel Gris


HISTORIA DEL QUE PADECIA LOS DOS MALES.

En la calle Caracas vivía un hombre que amaba a una rubia. Pero ella lo despreciaba enteramente. Unas cuadras mas abajo dos morochas se morían por el hombre y se le ofrecían ante su puerta. El las rechazaba honestamente. El amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo: amar a quien no nos ama y ser amados por quien no podemos amar.

El hombre de la calle Caracas padeció ambas desgracias al mismo tiempo y murio una mañana ante el llanto de las morochas y la indiferencia de la rubia.



CARLOS Y AMELIA:

El primer corazón lo encontró pintado en la pared del frente de su casa. En su interior, entre firuletes, se leía "Carlos y Amelia". Aunque se llamaba Carlos no se dio por aludido, pues no conocía ninguna Amelia. El segundo lo impresiono un poco mas. Estaba dibujado a dedo limpio en la vidriera del bar "Tío Fritz." Al tercer corazón comprendió que el asunto lo concernía. Se le apareció de repente al despegar del ropero una foto de Laura Hidalgo. Después empezó a encontrar corazones por todas partes: en el baño de la cancha de Vélez, detrás del almanaque de una tintorería, en un cuaderno viejo y en un árbol de la plaza a una altura impracticable para cualquier enamorado.

No le costo nada sospechar algo prodigioso. Ninguno de sus amigos tenia ingenio ni tesón para una broma semejante. El último corazón se presento en un barrilete que acababa de arriar y que carecía de toda inscripción al ser remontado. Lo habían dibujado en el cielo.

Días más tarde, Carlos conoció a Amelia. Era hermosa pero triste y fría. Ahorraremos trámites literarios si decimos que se enamoro de ella. Averiguo donde vivía, fingió encuentros casuales, trato de interesarla de cien diferentes maneras. Finalmente le confeso su amor, suplico, se humillo, pero la mujer no le presto atención. No debe haber existido jamás un rechazo tan inapelable como aquel.

Después ya no aparecieron nuevos corazones. Carlos no vio a Amelia nunca más, pero por su culpa envejeció sin amores. Un día supo por una bruja que el Angel Gris prepara estos sucesos para que algunos privilegiados vivan la rara experiencia del amor imposible. Y una tarde, paseando frente a la casa abandonada de la mujer terca, descubrió la borrosa sombra de un corazón pintado bajo la ventana. Entre firuletes se leía "Amelia y Ernesto."




Los posatigres.


LOS POSATIGRES - Julio Cortázar.


Mucho antes de llevar nuestra idea a la práctica sabíamos que el posado de los tigres planteaba un doble problema, sentimental y moral. El primero no se refería tanto al posado como al tigre mismo, en la medida en que a estos felinos no les agrada que los posen y acuden a todas sus energías, que son enormes, para resistirse. ¿Cabía en esas circunstancias arrostrar la idiosincrasia de dichos animales? Pero la pregunta nos trasladaba al plano moral, donde toda acción puede ser causa o efecto de esplendor o de infamia. De noche, en nuestra casita de la calle Humboldt, meditábamos frente a los tazones de arroz con leche, olvidados de rociarlos con canela y azúcar. No estábamos verdaderamente seguros de poder posar un tigre, y nos dolía.

Una del montón


Una del montón - Wislawa Szymborska

Soy la que soy.
Casualidad inconcebible
como todas las casualidades.

Otros antepasados
podrían haber sido los míos
y yo habría abandonado
otro nido,
o me habría arrastrado cubierta de escamas
de debajo de algún árbol.

Ya no será...


Ya no será... - Idea Vilariño


Ya no será,
ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quien fui
por qué me amaron otros.

Margot



Margot

Música: José Ricardo / Carlos Gardel

Letra: Celedonio Flores


Se te embroca desde lejos, pelandruna abacanada,
que has nacido en la miseria de un convento de arrabal...
Porque hay algo que te vende, yo no sé si es la mirada,
la manera de sentarte, de mirar, de estar parada
o ese cuerpo acostumbrado a las pilchas de percal.

martes, 10 de noviembre de 2009

Eu

Tan lejos que cerca de mí

TAN LEJOS QUE CERCA DE MÍ

Necesito irme lejos.


Necesito reencontrarme conmigo
para alejar de mi el sufrimiento;



Debutando con el blog, el que se dijo opositor a la adicta exposición en los medios electrónicos, al decir de Ana "eso que tiene de pornográfico, en el sentido del mirar compulsivamente" pero al mismo tiempo tanto de exhibicionismo y de virtualización del vivir...